C y M se asoman por la barandilla del primer piso del claustro para poder ver el patio desde arriba. A C, mayor que M, se le ocurrió que estaría bien inventarse alguna historia para su primo y que, así, el tiempo se le pasaría más rápido y el frío sería menos. Sabe que a M le gustan las historias de caballeros y Salamanca parece que se prestaba para un cuento de aventuras medievales.
C empezó a dar papeles a todos los que estaban visitando la casa:
— Mira, ¿ves aquella chica que está junto a las escaleras? Pues es la princesa. Y ese que está junto al pozo, vestido de verde, es el caballero que viene a buscarla. Y aquel otro grande y feo que está en la puerta es el caballero malo, que no quiere que el de verde se lleve a la princesa. Y allí…
C siguió inventándose personajes, les creó personalidades y les asignó papeles: Estaban la bruja que resultó ser buena; un perro se convirtió en dragón y unos niños pasaron a ser los enanitos de Blancanieves.
M miraba y callaba, se imaginaba que todo lo que decía C y, por un rato, todo aquello era real. Después pidieron un móvil y allí murió el cuento.