Mira bien la foto que acompaña esta entrada. Ese señor de ojos grises y pelo blanco se llama Stanislav Yevgráfovich Petrov y nació el 9 de septiembre de 1939 en la remota Vladivostok. El que sonríe incómodamente por tener que posar ante la cámara, fue teniente coronel de las fuerzas aéreas de defensa de la Unión Soviética. Este hombre, que podría pasar por ser el abuelo de cualquiera, es el responsable de que la mayor parte de la Humanidad siga viva. Así fue como pasó.
Pongámonos en situación. Estamos en plena Guerra Fría. En el mes de marzo Ronald Reagan había anunciado el comienzo de la Guerra de las Galaxias y, el 1 de septiembre de 1983, un avión civil surcoreano invade el espacio aéreo de la URSS y es derribado por el ejército soviético con 269 personas a bordo, entre las que se encontraba un senador estadounidense. Día tras día, la tensión aumentaba a ambos lados del telón de acero y en el búnker Serpujov-15, que albergaba el Centro de Alerta Temprana de la inteligencia militar soviética (en Kaluga Oblast, a unos 100 kilómetros de Moscú), iba a superar todo lo imaginable.
La noche del 25 de septiembre de 1983, el coronel Petrov es convocado en su día libre para cubrir la baja de un compañero enfermo. Sus tareas en el búnker consisten en la evaluación de los datos de los satélites para detectar cualquier amenaza. En el caso de que es amenaza se considere suficientemente grave, debería informar a un superior para que fuese este el que ordenase el contraataque nuclear. Eso es lo que indicaba el protocolo.
A las 00.14 del 26 de septiembre, saltan las alertas. Los sistemas informan del lanzamiento de un misil nuclear desde Estados Unidos. Petrov desestimó la amenaza al considerar que, si realmente se tratase de un ataque, habrían lanzado cientos de misiles y no solo uno. En los siguientes cinco minutos fueron apareciendo nuevas alertas, hasta un total de cinco.
A Petrov aquello no le encajaba. Tenía diez minutos para tomar una decisión: defender la URSS y provocar la III Guerra Mundial o confiar en que las alertas fuesen un error del sistema y arriesgarse a que cinco misiles nucleares se estrellasen en suelo soviético.
El trabajo de Petrov era evaluar y eso fue exactamente lo que hizo. Estados Unidos no tenía un sistema de defensa para poder defenderse de una ataque balístico, por lo que, si atacaban la URSS con armas nucleares, estaría condenando a toda su población. «Ese gran imbécil no ha nacido todavía. Ni siquiera en los Estados Unidos», concluyó. Así que informó de un error en el sistema.
Los minutos siguientes fueron de una tensión inimaginable. 120 personas en un búnker cerca de Moscú preguntándose si la decisión de Petrov era la correcta mientras las sirenas seguían sonando.
Pocos segundos antes de que los misiles se estrellasen en Moscú, las alarmas se apagaron. Los 120 militares soviéticos del búnker Serpujov-15 se abalanzaron sobre él y lo aclamaron como a un héroe. Incluso llegó a ser propuesto para una condecoración.
Un reconocimiento tardío
Dadas las circunstancias internacionales y con Estados Unidos desarrollando su proyecto de la Guerra de las Galaxias, el Ejército Rojo no podía permitirse reconocer que sus sistemas de alerta temprana no eran fiables. Por eso, en lugar de la medalla que se merecía, recibió como única recompensa una degradación y una prejubilación. Y el ostracismo.
Hasta 1998. En un libro de memorias, Yury Votintsev, comandante en jefe de Petrov, contó lo ocurrido. El Incidente del Equinoccio de Otoño, como se conoció por fin se daba a conocer. Recibió numerosos premios y reconocimientos y fue el protagonista de la película documental The Man Who Saved the World (dirigida por Peter Anthony en 2014)
Se calcula que la decisión de Petrov salvó la vida de entre tres y cuatro mil millones de personas.
«No soy un héroe»
En septiembre de 1983, con 44 años recién cumplidos, Petrov fue el responsable de evitar el comienzo de la III Guerra Mundial y la aniquilación de la Humanidad. «No soy un héroe. Solo fui la persona adecuada en el lugar adecuado». Sabe que hizo lo correcto, pero no se vanagloria de ello; sabe que la mayoría de los militares de su época (de uno y otro bando) habrían seguido el protocolo, aún sabiendo lo que implicaba; sabe que su degradación y su retirada forzosa fueron injustos, pero no siente rencor.
Necesitamos más no-héroes como Stanislav Petrov.
También puedes leer este texto en gallego: O home que salvou o mundo.
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