Interesante artículo de César Antonio Molina en ElPaís.com. Su lectura (en diagonal, todo hay que decirlo) me llevó a pensar en las declaraciones del otro día de Mario Vargas Llosa, que decía que «el libro electrónico conlleva la banalización de la literatura«.
Como lector compulsivo no entendí su afirmación; como geek, simplemente me escandalizó. Me recordó a cuando estaba en la carrera y me enseñaban lo que decía Marshall McLuhan sobre el periodismo en papel. Según este canadiense, el papel y, con él, el periodismo tal y como lo entendíamos estaba muerto. Según él, las causas serían los nuevos medios (la televisión y la radio, internet no era ni un proyecto).
Hoy el periodismo sigue tan vivo como siempre, si no más, gracias a internet y a la irrupción del periodismo ciudadano. Es posible que la calidad haya bajado, pero ¿es honesto culpar de ello al soporte? Sería como decir que las cámaras digitales banalizan o matarán a la fotografía.
Es muy fácil rasgarse las vestiduras (Vargas Llosa es especialista), pero no lo es tanto prepararse para el futuro, para el presente, de lo digital. También el cine iba a matar al teatro, y la tele al cine, y el CD iba a acabar con el vinilo, etcétera.
Los nuevos soportes no van a cambiar el mundo y a traernos la fraternidad universal, como pontifican algunos iluminados, y tampoco va a terminar, como dicen los «rasgavestiduras», con los soportes clásicos. La banalización depende de la obra y del lector, del oyente, del espectador, nunca del soporte.
También te recomiendo este vídeo, es cachondo: http://www.youtube.com/watch?v=iwPj0qgvfIs
Grande el vídeo. Se merece una entrada para él solito.
Yo estoy animándome a desafogar reflexiones en la web y una vez conseguidos unos centímetros en mi blog, el soporte me ha inspirado lo que un etéreo palimpsesto, hago y rehago sin pudor desde mi humilde ansia de conocer.
Ultimamente estoy empezando a pensar que cualquier medio democrático de difusión de ideas solo puede ser obra del diablo, pero también a él sé darle la mano, como adoro manipular los buenos libros y hasta olerlos o mirarlos, estáticos sobre un hermoso mueble.