Un amigo mío, militar él, estuvo en Bosnia en 1992. Tuvo que decomisar cientos de armas y, claro, entre ellas, los inefables AK-47.
Un día le pregunté si los había probado. «Sí, claro», me dijo. La siguiente pregunta era obligada: si eran tan buenos como se decía. «No, son mejores». Y puedo jurar que se le iluminaron los ojos al recordarlo.
Esta entrada viene a raíz del artículo Kalashnikov, de Guerra Eterna.