Catalina en carroza es un artículo de Magí Camps para la Fundéu sobre la traducción de los antropónimos (nombres propios de personas) de una lengua a otra.
En él se explica que en la Edad Media y en siglos posteriores era costumbre que se adaptaran los nombres propios a los distintos idiomas nacionales. Como ejemplo, cita el del mallorquín Ramon Llull, «traducido» como Raimundo Lulio en castellano, Raimundus Lullius en latín o Raymond Lully en inglés.
Sin embargo, el ámbito de esta práctica, que se extendía a todos los antropónimos, fue cayendo en desuso durante los siglos XVIII y XIX. Con un tono no exento de gracia Magí Camps dice:
Aunque Karl Marx aún tontea con Carlos Marx, pocos se acuerdan de Federico Engels (Friedrich) o de Carlos Dickens (Charles). En cambio, hay un par de escritores franceses –o tres– que se resisten a recuperar su nombre original: Alejandro Dumas (padre e hijo) y Julio Verne.
Ahora, la adaptación de los antropónimos extranjeros queda reducida a los nombres de los miembros de las familias reales y de los papas. Aunque incluso aquí hay excepciones.
Como conclusión, se puede decir que los nombres propios se traducen atendiendo a la tradición y a la historia, tal y como en su día la Fundéu a través de su Twitter.
Me alegra saber que la Fundeu tiene normalizada la traducción de los antropónimos ya que así tengo algo con que refutar a mi padre. Tenemos la misma discusión sobre la traducción de nombres de personas cada seis meses, tendré que darle la razón con el Principe Guillermo (lo dice la norma aunque yo no esté de acuerdo) pero quizá él deje de llamar a Jorge a George Bush o o Pepe a Guardiola (en realidad creo que lo hace solo pro enfadarme).
Muchas gracias por la revelación.
Hola, Elena
Espero que con esta recomendación llegues a un acuerdo con tu padre 🙂
Si te sirve de consuelo (supongo que no) a mí tampoco me parece correcto traducir los antropónimos (el resto es otra discusión), aunque la acato.
Gracias por comentar