Es diciembre y es el momento de mi segunda aportación a #12Fotos12Historias. En esta entrega hablo de recuerdos, infancia y una manzana. 

Recuerdo una manzana

Podría empezar con un «érase una vez», podría hablar de la fruta del pecado o de la manzana de la discordia, pero esta historia es mucho más íntima. En realidad tampoco es una historia, sólo es un recuerdo. O el deseo de un recuerdo. Si quieres verlo así, podríamos decir que es una nostalgia imaginada.

Había un tienda, de esas típicas del rural gallego, todo madera vieja y granito gastado. Una bombilla agoniza sobre el mostrador y endurece las sombras, pobladas por mil trastos. El camino entre la oscuridad y la barra era territorio del olor: una mezcla de metal (¿latón?) y vino joven que, a mis diez años, me embriagaba como el tinto a los adultos. Y todo el local pertenecía al frío.

El dueño era un hombre mayor, siempre sentado detrás de la barra, un petrucio como los que retrataba Castelao, taciturno, serio, hierático, inexpresivo. A mí me impresionaba su cara, llena de arrugas y marcas de haber pasado toda su vida a la intemperie, y su silencio. Sus ojos entrecerrados, como si siempre tuviese el sol de frente, en ocasiones llegaron a asustarme.

Sin embargo, un día, poco antes de mi cumpleaños, volví con mi padre a la tienda del petrucio. La bombilla seguía emitiendo la misma luz de segunda mano, los cachivaches asomaban de entre las sombras como animales mitológicos, el frío seguía instalado pese al calor de la calle y Xan acodado en un extremo de la barra. Pero había algo diferente. Tardé unos segundos en darme cuenta: El olor no era el mismo.

Olí el aire como un perro ventea la perdiz. Ahí estaba el metal. Y también el vino. Y una nota distinta, no discordante, pero sí llamativa, dulce y ácida al mismo tiempo. Xan se dio cuenta de mi desconcierto y me llamó:

— Riviñas. Ven.

Sin decir palabra, me acerqué hacia donde estaba Xan. Con un gesto, me hizo pasar detrás de la barra. Con una linterna de petaca iluminó una caja llena de manzanas. Verdes y brillantes como joyas.

— Colle unha [Coge una].

Miré a Xan. Sonrió. Una extraña luz llenó la tienda. Fue como levantar las persianas por la mañana. Nunca volví a comer una manzana como aquella. Y no volví a comer una manzana sin acordarme de la de Xan.

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2 comentarios

  1. Eres la poesía y la belleza de esa tierra que amo tanto.

    Que pena no poder compartir este hermoso relato en mi biografia de Facebook.

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