Por mor del (mal) uso y, sobre todo, del abuso, la palabra semita ha pasado a identificarse con judío. Así, cualquier persona que esté en contra de los judíos (religiosa o políticamente, cuando se asimilan al estado de Israel), pasa a ser automáticamente antisemita.
Según la RAE, semita es:
- adj. Según la tradición bíblica, descendiente de Sem. U. m. c. s.
- adj. Se dice de los árabes, hebreos y otros pueblos. U. m. c. s.
- adj. Perteneciente o relativo a estos pueblos.
Estos «otros pueblos» de los que habla la RAE son, según la Wikipedia todos los pueblos que hablen amhárico (Etiopía), árabe (norte de África, península Arábiga y Oriente Próximo), arameo (Oriente Medio y Oriente Próximo), ge’ez (Etiopía, Eritrea e Israel), hebreo (Israel), maltés (Malta) y tigriña (Eritrea y Etiopía). Por lo tanto, la extensión geográfica y humana de los pueblos semitas abarca mucho más que lo representado meramente por el pueblo judío.
Sin embargo, la RAE reduce antisemita a:
- adj. Enemigo de la raza hebrea, de su cultura o de su influencia. Apl. a pers., u. t. c. s.
Así que mi comentario del primer párrafo deja de tener sentido. Claro que ahora viene mi indigación como integrista lingüístico. ¿Por qué un antisemita no es un «enemigo de la raza árabe, hebrea…, de su cultura o de su influencia»? Seguro que llegados a este punto, mi amiga Krononauta hablaría de poderes en la sombra y conspiranoias para excluir al resto de los pueblos del concepto semita. En mi caso, mucho menos imaginativo, me voy a quedar en que la de antisemita me parece una definición reduccionista al máximo. Entiendo que el uso de ese término comenzó y se extendió queriéndose referir a las persecuciones sufridas por el pueblo judío, pero, aún así, me parece que desvirtúa y, aún más, corrompe, el significado real de la palabra semita.
Toda esta perorata viene a raíz del último post de Nacho Vigalondo en su blog de El País.