Siempre sentí una fascinación casi enfermiza por las ruinas, los edificios abandonados y los escenarios postbélicos. Aunque la causa de esos «decorados» fuese trágica. Este es el caso del pueblo de Oradour-sur-Glane, donde, durante la Segunda Guerra Mundial tuvo lugar un capítulo escalofriante que ilustra a la perfección los límites de barbarie a los que puede llegar el ser humano.
Después de la matanza de todos los habitantes del pueblo y de su incendio, el pueblo nunca fue reconstruido o repoblado, por lo que hoy es sirve como recuerdo de la crudeza de una guerra y de la crueldad humana.
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Publicado originalmente en Visiones en mayo de 2008.