Elena de San Telmo, alma sensible y amiga, me hace llegar estos dos artículos de María Zambrano. Elena, argentina ella, encabeza el mail que me envía con el siguiente texto:
Siempre que llega este día, recuerdo este artículo «El 14 de abril de María Zambrano» porque me emocionó mucho la primera vez que lo leí y ahora también.
El siguiente artículo apareció en La hora de Santiago de Chile el 14 de abril de 1937, poco antes de su regreso a España para colaborar con la República en una guerra que ya intuye perdida:
El 14 de abril
Vivir un 14 de abril lejos de España es entregarse casi sin remedio a la evocación y a la melancolía. El recuerdo del 14 de abril de 1931 con su resplandor borra todo pensamiento. Pero su imagen se proyecta sobre la misma ciudad de Madrid, corazón de España, hoy desolada y deshecha.
Es imposible dar idea de lo que fue en Madrid aquel 14 de abril imborrable. De no saber lo que era el pueblo español, entonces lo hubiéramos aprendido; aquel día se reveló con toda su grandeza más que humana; toda su capacidad de alegría se vio colmada y hasta la luz maravillosa de Madrid parecía ser más transparente. El porvenir mostraba sus horizontes y la mirada se extendía confiada y llena de fe. El tesoro de fe que el pueblo español lleva dentro y que le ha permitido esperar tanto tiempo en silencio y sobrellevar con dignidad tanto desastre, apareció aquel día envuelto en gozo. Era la primera vez que veíamos al español alegre, entregado a la alegría como si de allí en adelante ella fuera a ser su destino.
La vida en España desde hace tiempo había transcurrido en trabajosa angustia; negros presentimientos ensombrencían las frentes, que en seguida se veían alimentados por tristes realidades. Pocas cosas en verdad teníamos que celebrar en común los españoles, y bastantes que llorar juntos. Nuestras mismas diversiones trágicas y tremendas nos hacían coincidir en la tragedia. Pero nunca habíamos vivido una tan grande comunidad en la alegría y en el gozo; nunca habíamos celebrado de verdad una realidad que al par era esperanza infinita.
Y hoy, sexto aniversario de aquel día de encendida gloria, juntos más que nunca en la tragedia. ¿Es que acaso volvemos a la angustia pasada? No, porque ya no hay angustia ni presentimiento. Todo se ha hecho actual, de tal manera que el español está viviendo en estas horas de pruebas todo su pasado y todo su porvenir, todo su destino. Juntos en la tragedia, pero ya sin angustia. Del 14 de abril de hace seis años nos queda la fe y la comprobación de aquella esperanza. Está visto que la existencia española para su realización precisa de la tragedia. Pero no renunciamos a la alegría. Y eso quiere decir hoy el 14 de abril: el pueblo español no renuncia a la alegría, a la vida, aunque para lograrla tenga que atravesar la muerte.
Este otro, aperció publicado en Diario 16 el 14 de abril de 1985, unos meses después del regreso definitivo de María Zambrano del exilio:
Aquel 14 de abril
Fue tan hermoso como inesperado: salió el día en estado naciente; es decir, nació. Solamente por eso, aunque hubiera nacido otra cosa –hermosa, se entiende–, también ella tendría un inmenso valor.
En el himno de Homero, Afrodita se hace merecedora de ese mismo epíteto: “La Naciente”. Así es llamada. Y de Afrodita fue aquel día, un día naciente, donde todo nació: hasta el día, hasta las nubes, hasta la gente.
Pasaban guardias civiles llevados a hombros por el pueblo, por las gentes del pueblo de Madrid, y ellos eran felices. Los rateros se declararon en huelga; no hubo un solo hurto, por pequeño que fuera. Las personas entraban en los bares, donde pedían y pagaban; nadie intentó tomarse ni siquiera un café sin pagar. Las joyerías estaban intactas, con sus alhajas resplandecientes; nadie pensó en romper los cristales, nadie pensó en romper nada.
Creo yo que era la caridad del día. Pero si esa caridad del día se dio precisamente el 14 de abril, y si lo que nació de ese día naciente fue la República, no puede ser por azar. Fue, pues, un nacimiento y no una proclamación . Y de ese día naciente recuerdo en especial un episodio.
Las gentes sólo pensábamos –es muy cursi, lo sé, pero es verdad– en amarnos, en abrazarnos sin conocernos. Llorábamos de alegría, unos y otros, en la Puerta del Sol. Yo estaba allí cuando llegó Miguel Maura, cuando entró en el Ministerio de Gobernación. El edificio se había ido llenando de gentes, como convocadas por una especie de corona de nubes que se había ido formando en el cielo.
Era una hermosísima corona, tan hermosa que, una vez vista y contemplada, hace imposible aceptar ninguna otra corona. Se hizo sola, con esas nubes de abril que son un poco hinchadas, pero contenidamente; un poco rosadas, pero contenidamente.
Era algo tenue e indeleble a la par, algo inolvidable siendo tan leve, tan sostenido que no se sabe qué esfera celeste tenía que ser, y, de no ser celeste, lo más cerca que en este planeta puede haber de celeste.
Florecieron las banderas republicanas, florecieron no se sabía desde qué campo de amapolas o de tomillo. Hasta había perfume a campo, a campo de España. Y, entonces, todo fue muy sencillo: Miguel Maura avanzó con la bandera republicana en los brazos. La llevaba tiernamente, como se lleva un depósito sagrado, un ser querido. La desplegó y dijo simplemente: “Queda proclamada la República”. Fue un momento de puro éxtasis.
Unas horas más tarde, no muchas, mi hermana Araceli, junto con su marido, con mi padre y conmigo, fuimos a Telégrafos. Entraron los hombres para poner algunos telegramas, y nos quedamos mi hermana y yo, solas, en la plaza donde no había nadie, debajo, por azar, de un reverbero blanco de luz, de una blancura incandescente, de una blancura que yo nunca más he vuelto a ver.
Llegó un grupo de hombres, de indígenas, de gente de aquí, salida, como salía todo en aquel momento, de una tierra feliz, de una tierra que estuviese comenzando a salir de la maldición bíblica, si es que de verdad nos han dicho aquello de “parirás con dolor”. Parecía que ya la tierra no tendría que parir nunca más con dolor, sino con gloria, y que todo sería amor, unión entre el cielo y la tierra. Y llegaron aquellos hombres pequeñitos, españoles, indígenas. Vinieron hacia nosotras, hacia mi hermana y hacia mí, con esa timidez que tienen todos los seres que nacen como es debido y, al mismo tiempo, llenos de confianza.
Éramos señoritas. Íbamos vestidas de señoritas. Mi hermana todavía podía pasar, pues llevaba un abrigo rojo, que ella no se encargó para la ocasión. Pero yo iba de azul celeste, color nada revolucionario. Y se acercaron casi como de puntillas, y, mirándonos, nos dijeron: “¡Viva la República!” Y nosotras, con alegría, y dándoles más espacio de cordialidad y de entendimiento, contestamos. Entonces volvieron a decirlo cada vez con mayor júbilo, al ver que nosotras participábamos y nos uníamos a ellos a pesar, creo yo que pensarían, de ser dos señoritas.
Uno de aquellos hombres, que llevaba una camisa blanca, se destacó. Sería por azar, pero estaba colocado debajo del reverbero blanco; así que la blancura de su camisa era ultraterrena y, al mismo tiempo, terrestre, porque todo era así, nada era abstracto, nada era irreal, todo era concreto, real, vivo, la mismísima realidad, la felicidad.
En ambos casos, según me cuenta Elena, la fuente en Internet es La Vanguardia.
No puedo encontrar el link con la carta del 37 de Zambrano. ¿Sabe alguien donde está disponible on-line o publicada en papel?
Muchas gracias.
Hola, E
La primera de las dos cartas que están en esta entrada es del 37. No sé si la que buscas es esta o no
Lo siento Manuel, no me expliqué bien.
Estoy buscando el link del periódico La hora donde se publicó la carta y me es imposible hacerme con él. Necesito referenciarlo y si no es con un link on-line, debería hacerlo con algún libro. ¿Sabes si se encuentra publicada en alguno?
Muchas gracias por la pronta respuesta.
Lo siento, E, pero no tengo ni idea. Puedo preguntarle a Elena, que fue quien me pasó los textos, a ver si ella sabe algo más.
Si me entero de algo, te lo digo.
Un saludo
Muchísimas gracias, Manuel. Sería una gran ayuda si Elena supiera algo más. Te lo agradecería, de veras.
Para mi investigación es esclarecedor a la hora de analizar textos de Zambrano y Mallo, pero me falta referenciarlo.
Un abrazo.